martes, 31 de enero de 2017

Sobre el mal uso y abuso de la palabra "urgencias"

Opiniones aparte sobre el copago y otras medidas para el mantenimiento y sostenibilidad del sistema sanitario español, lo único en lo que hay consenso es que hace falta un cambio importante. En algo, en alguien, de alguna manera.

El uso de las urgencias hospitalarias se ha banalizado sobremanera, más cuanto más pequeño y accesible sea el centro. No es igual de larga la espera que se hace para ser atendido en un complejo hospitalario con varios edificios y puertas de urgencias divididas por especialidades, que en un hospital comarcal, donde los especialistas sólo están por las mañanas y el médico de urgencias debe hacer casi todo.

Actualmente trabajo en un hospital de éstos últimos, un hospital comarcal donde el centro de referencia se encuentra a 55 km por carreteras de montaña, y la población de las localidades vecinas acude a urgencias como quien acude a la plaza sin pudor alguno. Algunas frases lapidarias reales que he tenido que atender:

- "Mi padre está ingresado y me duelen las piernas de estar sentada en el sillón de acompañante".
- "Anoche me puse tacones altos y bailé mucho. Ahora me duelen los pies".
- "Se me han acabado las pastillas de la alergia".
- "Estoy resfriado"

El último caso aberrante de urgencias lo sufrí durante hace unos días:

Señora con hemorroides muy dolorosas, que el día antes acude a su médico (por fin una persona en principio inteligente que hace las cosas bien...) y que, ante la falta de mejoría, acude a urgencias. Reconoce que aún es pronto para ver el efecto de la medicación.
Como sanitario me veo en la obligación de comprobar el estado de su patología y explorarla, a lo que la señora se niega "porque con la crema que le mandó su médico se le han metido para dentro".
Le recomiendo analgesia intravenosa si tan afectada está, a lo que la señora cambia el semblante y claramente me dice que no, pero sin dejar de asegurar que le duelen mucho. Le ofrezco entonces "un pinchazo", a lo que la susodicha se niega también, mirándome con cara de miedo, nerviosismo, no saber qué está haciendo allí y no saber porqué le estoy diciendo esas cosas tan raras.
Ante esto me cruzo de brazos y le pregunto "sinceramente, ¿para qué demonios viene a urgencias entonces, señora mía?"
El esposo, paciente, calmado y al parecer conocedor de dicha patología, le anima por lo menos al pinchazo para que tenga cierta mejoría, a lo que la señora se resigna sin perder el gesto de desconcierto.
Y esto, señores, es una "urgencia".

Gastar recursos es muy fácil, si no gratis. Sólo hay que plantarse en el lugar adecuado y exigir atención. Y que sea rápido, que me cierran las tiendas y tengo muchas cosas que hacer.